martes, 23 de noviembre de 2010

Escuadrón de Únicos

Escuadrón de Únicos

Nadie puede lograr que el francotirador apostado en la cima del imponente rascacielos desista de su objetivo. La policía observa impotente, como el mal viviente exige sus condiciones mientras los apunta  
desde lo alto de una de las torres más elevadas de la gran ciudad. Jueces, periodistas, fotógrafos, policías y cientos de curiosos se confunden en derredor del macabro espectáculo. Finalmente, el viejo comisionado limpia el sudor de sus lentes y dice una frase. Acaso, sea la que todos estaban esperando: “No hay nada más que podamos hacer… llamen a SWAT”.
Un suspiro de alivio se percibe en torno al respetado jefe de policía.
Indudablemente este es un trabajo para hombres entrenados para misiones riesgosas. En cuestión de minutos, el escuadrón SWAT toma el control. Los hombres de azul descienden de sus móviles con la precisión de águilas. Casi no hablan entre sí. No hay gritos nerviosos, solo órdenes precisas, como si cada uno de ellos ya supiera lo que le corresponde hacer. Se comunican en clave, manejan un código secreto. Rodean el edificio, dos suben por las escaleras hacia la tan temida terraza, otros aguardan en silencio desde la torre contigua. No sudan, sus movimientos parecen calculados. Estos hombres conocen el peligro, se tutean con él a diario y, por sobre todas las cosas, saben que deben comenzar justamente cuando los demás abandonan.
Si ellos no lo logran, no existe una segunda opción. Son la única y última alternativa. Es SWAT. El escuadrón de emergencia para situaciones límite. El grupo de resistencia armada contra las fuerzas invasoras. La última arma secreta de los escuadrones policíacos. Son los hombres de azul. Vencer o morir, esas son sus consignas. Son letales y precisos. Se trata del escuadrón entrenado para misiones únicas.
Otra historia
El hombre se desliza por la muralla como una gacela. Los soviéticos están controlándolo todo desde sus sofisticados monitores. Pero él burla la guardia rusa. El peligro acecha a cada paso, sin embargo nuestro intruso sonríe. Su trabajo es mortalmente serio, pero sonríe como un duende que se oculta tras la espesura del bosque. Está consciente de que puede pilotear aviones, saltar desde quinientos metros, camuflarse entre el enemigo y, por supuesto, llevarse toda la información ultrasecreta de los soviéticos, en un diminuto microchip.
Es el único que puede lograr esta misión. Fue entrenado cuidadosamente para la presión del peligro. Tiene licencia para matar, de ser necesario. Sus enemigos le temen, sus colegas lo respetan y su jefe confía ciegamente en él. Es Bond, James Bond. Otro hombre entrenado para misiones únicas. Alguien que comienza en el mismo sitio donde otros ni siquiera se animarían a entrar.
Las dos historias se parecen y tienen un denominador común: la misión. Es vencer o morir en el intento. De eso se trata la nueva generación que Dios está levantando. Una última generación de temerarios entrenados para la última y única misión: Llevar al mundo entero a los pies de Jesucristo. Jamás retroceden, siempre están a la vanguardia. Ellos no van detrás de un puesto o un lugar de reconocimiento humano. Saben que lo primordial es las almas perdidas. Mientras otros se excusan o tratan de argumentar, ellos actúan. Cuando los demás le piden permiso al enemigo y tratan de llegar a una negociación, ellos simplemente lo invaden.
Este ejército no está formado por pasivos, son invasores por naturaleza. Invaden los colegios, predican en las facultades, y conmueven la universidad. Trastornan la nación, revolucionan su ciudad, hasta llenarlo todo de Jesucristo. El infierno ha puesto precio a sus cabezas, pero ellos simplemente sonríen porque saben para Quien trabajan. No son predecibles ni rutinarios, solo sorprenden.
Son el último escuadrón al cual recurrir en situaciones riesgosas. O mejor dicho, son los obreros de la undécima hora.
Gente con misiones únicas. Si tienes mentalidad de montón, ni siquiera deberías continuar leyendo este libro. Pero te imagino con deseos de algo más que competir. Con sed de victoria. Con esa cualidad que cuentan los que comienzan luego que los demás abandonan. Prefieres morir en el intento, antes de quedarte solo con la visión de lo que pudo haber sido. Estás decidido a cambiar tu estrella, a jugar el campeonato, a ganar el primer lugar.
Conozco a cientos de personas que abandonaron su sueño por creer que todos los recursos ya estaban agotados. En lugar de sentirse parte del escuadrón SWAT, creyeron pertenecer al montón de policías a cargo del comisionado gordo.
“Perdí el empleo”.
“Al fin y al cabo, ese ministerio no era para mí”.
“Bueno, de todos modos no quería ese puesto”.
“Casi me dan un aumento de salario”.
“Asistí a la boda de la mujer de mis sueños, finalmente se casó con otro”.
“Me dijeron que dejara mis datos y que me llamarían”.
“Hice todo lo posible, no creo que haya algo más por hacer”.
“Me conformo con que me hagan un lugarcito”.
Son las declaraciones de los que se sienten condenados al montón, de los que se conforman con un octavo puesto. Carencia de determinación. Mentalidad de multitud.
Adaptado de “El código del Campeón”
(Editorial Vida-Zondervan)

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