Yo no vendo mi heredad
“Y Nabot respondió a Acab: Guárdeme Jehová de que yo te dé a ti la heredad de mis padres”.
1 Reyes 21:3
El capítulo 21 de 1 Reyes, nos relata la historia de un hombre llamado Nabot, que tenía una viña hermosa que había heredado de sus padres. La costumbre de aquellos tiempos era que la herencia no se vendía, se consideraba algo preciado, cuyo valor monetario no sobrepasaba al valor simbólico que tenía.
Acab un rey malvado, quería a toda costa esa viña. De entre tantas y tantas viñas y cosas que podía poseer, quería la que tenía Nabot. Pero Nabot sabía que su viña no tenía precio, no había negocio por más llamativo y hermoso que pareciera, ni oferta lo suficientemente valiosa como para dejarse llevar por la tentación y vender esa heredad que había heredado de sus padres. Ser tan integro y radical le costo la vida, pero no vendió nunca su integridad, ni sus principios.
Tú y yo tenemos nuestra heredad. El regalo más bonito que se nos ha entregado en la vida. Y esa heredad es nuestra salvación pagada con la sangre de Jesucristo. No la podemos mercadear ni vender. Dios nos la regaló mediante su gracia y desea que nosotros las conservemos.
A veces en la vida suceden cosas que nos quieren apartar del Señor. Momentos en que desenfocados, damos una mirada atrás y queremos desviarnos de la senda que Dios ha marcado para nosotros. Y Dios en ese infinito amor y misericordia, con gran paciencia, nos hace escudriñar nuestros caminos y volvernos a él.
No podemos darnos el lujo de descuidar ni despreciar una salvación tan grande. Porque fue la vida de Jesús la que fue puesta en nuestro lugar en aquel calvario. Y lo que lo sostuvo allí fue su amor hacia cada ser humano. Cuando pienso en ese sacrificio y ese amor, mi corazón se estremece, porque no ha existido nadie, ni existirá, que me haya amado de tal manera que haya puesto mi vida primero que la suya.
Hoy tal vez, te encuentres en un desierto tremendo. Te has extraviado en un laberinto del cual no encuentras salida, pero Dios sigue estando ahí, ofreciéndote su dirección para que puedas salir de ahí.
El enemigo y muchas personas pueden presentarse con ofertas atractivas y tentadoras, pero ninguna de ellas podrá darte la salvación, ni la paz que has podido encontrar en Jesús. Ninguna de esas ofertas te llevará a la vida eterna. Y es el momento de que te pares firme, abras tus ojos y veas las cosas claramente. Que te laves los ojos con el colirio espiritual y entiendas que aunque esta tribulación es fuerte, más fuerte es el que está contigo que habrá de sustentarte y juntamente darte la victoria.
No vendas tu heredad, pues te estás exponiendo a perder lo más preciado que has tenido en la vida. No vendas tus principios ni tu conciencia, por míseros dólares. No quebrantes tu moral ni mientas, lacerando tu integridad, cuando tu Papito querido te ha enseñado desde hace mucho cómo es que debes conducirte.
Yo estoy resuelta, no vendo mi primogenitura por un plato de lentejas, no cambio mi heredad por ningún bien de este mundo. Porque mi salvación no tiene precio, porque mi vida es solo de Dios.
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