La Imagen de Dios
José era hijo único de madre sobreprotectora y padre prácticamente ausente. Su mamá lo amaba, pero mientras fue un niño, lo sobreprotegió en demasía. Josecito no tenía más que abrir su pequeña boquita para tener a su mamita al servicio de sus demandas. Su papá, en cambio, siempre estuvo ocupado en otra cosa a la hora de acompañarlo en los momentos más difíciles o importantes de su vida.
Conoció a Jesús como su Salvador muy joven, pero nunca pudo experimentar en plenitud la presencia de Dios en su vida. Cuando tenía algún pesar, alguna dificultad, se sentía insuficiente para resolverla. Ya no estaba su dulce mamita a su lado para ocuparse de sus problemas. Cuando oraba, sin darse cuenta de ello, lo hacía como demandándole a Dios lo que quería tal y como durante su infancia lo hacía con su mamá. A menudo se sentía solo, como que Dios era ese “gran ausente” en los momentos más difíciles de su vida, tal y como las reiteradas ausencias de su padre durante su niñez.
Daniela ( * ) es hija de misioneros. Entregó su vida a Cristo siendo aún muy pequeña, pero cuando adulta desarrolló un temor exacerbado hacia Dios. Para ella, Dios era una entidad pendiente de todos y cada uno de sus actos y pensamientos, buscándole el menor desliz para castigarla severamente. Cada cosa mala que le sucedía, la atribuía a un castigo de parte de Dios.
Cuando pequeña, se vio exigida en extremo y soportó una rígida disciplina con severos castigos, ya que como familia de pastores, según su padre, debía ser ejemplo. No podía darse el lujo de comportarse ni ser como una niña normal.
Estas son historias reales de personas reales. Se publican con autorización de sus protagonistas y sus nombres han sido cambiados para preservar su privacidad. Más allá de su parecido con cualquier otra historia de vida, de ellas surge un denominador común:
La imagen que tenemos de nuestros padres es la misma que tenemos de Dios y nos marca la relación que hemos de tener con El. Asimismo la IMAGEN QUE NUESTROS HIJOS TIENEN DE NOSOTROS COMO PADRES, afectará decisivamente la imagen que ellos tengan de DIOS durante su vida adulta.
Con demasiada frecuencia los padres olvidamos esto. Es por ello que cada día, hoy más que nunca, es absolutamente necesario que vivamos firmemente tomados de la mano de Dios y hagamos vivir Su Palabra en nuestras vidas. Pero fundamentalmente, fiados y confiados en su Infinita Gracia que va más allá de todos y cada uno de nuestros errores y aciertos; días brillantes y días negros; grandezas y pobrezas; victorias y derrotas.
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