Caminaban el padre con su pequeño hijo por un camino de campo. A lo lejos se podía percibir el ruido de una carreta que venía hacia ellos.
-¿Escuchas eso? preguntó el padre.
-Sí, pá… ¿Qué es?
-Una carreta, hijo. Y viene vacía.
-Pero… ¿Cómo sabes que viene vacía, desde tan lejos? Preguntó intrigado el niño.
-Porque hace mucho ruido, hijo. Más ruido hace cuanto más vacía está.
Así somos los seres humanos, muchas veces. Buscamos la gloria propia, brillar, destacar, que el mundo admire nuestras obras. Llamamos la atención, buscamos la manera de sobresalir, de “hacer ruido” para que nos vean, sin darnos cuenta de que cuanto más “ruido” hacemos es porque tanto más vacío se siente nuestro pobre corazón.
Es importante que hoy mismo llenes esa carreta que es tu vida. Una carreta no se puede llenar a sí misma. Esa tarea la realiza el obrero. Por ello, es necesario que pongas la carreta de tu vida en las manos de Nuestro Señor, para que El la llene con la plenitud de su Gloria y la conduzca por camino seguro.
Una carreta llena de Cristo es como una vida llena de Cristo. No puede hacer otra cosa que traer bendición y más bendición. Sin ruidos, sin estridencias.
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