lunes, 14 de junio de 2010

Nunca puedo pecar a escondidas.

¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra.
Si dijere: Ciertamente las tinieblas me encubrirán; aun la noche resplandecerá alrededor de mí. Aun las tinieblas no encubren de ti, Y la noche resplandece como el día; Lo mismo te son las tinieblas que la luz. Salmos 139:7-12 RV
Hay una verdad poderosa que me ha salvado de caer en pecado sexual. Un principio que se ha hecho muy real en mi conducta y en mi mente: He cobrado consciencia de que el Espíritu Santo está en todo lugar.
Antes pensaba que mi habitación ya estaba a oscuras… para el Espíritu Santo la vista es clarísima de lo que hago. Él puede ver en mi pantalla cuando navego en Internet; si borrara el historial de navegación, eso no afecta Su memoria.
Y peor aún (¿o mejor aún?), está dentro de mi mente… viendo las cosas que se me ocurren. Seguramente el Espíritu Santo tiene que ver pasar mis deseos, y cuando pienso que estoy solo, o en un lugar en donde nadie me conoce, Él sigue allí. Me marcó desde que fui salvo, y eso hace que no se aparte de mi lado.
Hace unos meses estaba en un centro comercial, cayendo en mi rutina de “nadie me está viendo aquí”. Es el tipo de rutina que luego da fruto en pensamientos y conductas como “podría comprar tal revista”, “podría dar un vistazo extra…”. Fue entonces cuando me vinieron a la mente dos versos que he unos compañeros de responsabilidad me han inculcado:
Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.  Efesios 4:30 RV
Así sucederá el día en que, por medio de Jesucristo, Dios juzgará los secretos de toda persona, como lo declara mi evangelio. Romanos 2:16 NVI
Fue como si el Espíritu Santo estuviera iniciando una conversación conmigo. Y la única promesa, la frase que se formó en mi mente fue “Sé que estás aquí parado conmigo en este momento, y te prometo no hacer nada hoy que te entristezca. Quiero que te sientas orgulloso de la forma en la que me conduzco”.
Así, la tentación se alejó poco a poco. Pude reflexionar luego en que no hay un lugar en donde pueda hacer algo a escondidas. Sé que incluso por mis deseos soy evaluado por Dios, y que debo entregar cuentas por esas intenciones. Y lejos de sentirme observado o molesto, e incluso cuando mi carne se molesta por eso, también me siento en más calma, al saber que siempre estoy en buena compañía.

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