martes, 31 de agosto de 2010

CONCIENCIA.NET

Un Mensaje a la Conciencia

de nuestro puño y letra
«NUNCA PUDISTE PERDONARME»
por Carlos Rey

«Tengo que confesar que, cuando me enteré hace unos momentos de la muerte de la hija menor de doña Clementina, hacía muchos años que no pensaba en ella. [En] la noticia... del periódico... invita a la ceremonia fúnebre su hermano, porque ella nunca llegó a casarse.
»... ¡Florinda, Florindita, Florinda! La quise con ese primer amor que nos deja una nostalgia especial en el alma.... ¡Por cuánto tiempo allá en mi juventud acaricié su nombre a solas, entre suspiros! Aún me parece verla, el talle erguido y la mirada brillante, rozando las teclas del piano, arrancando melodías que me llenaban de una emoción que amenazó con romperme el pecho a fuerza de latidos. Y ahora, Florinda está muerta....
»Doña Clementina... organizó una fiestecita en su casa a la cual estaba invitada toda la juventud. Felipe llegó tarde... y nos fue saludando uno a uno hasta llegar a Florinda, que se le quedó mirando con tal angustia que todos nos dimos cuenta de que algo había pasado entre esos dos que no estaba resuelto aún.... [Por los] celos que me ahogaban... tuve que salir de la casa [para] no dar un espectáculo....
»Fuimos todos a la finca al día siguiente.... Llegamos allá al río, todos los muchachos dispuestos a bañarnos....
»... Sólo quería que vieras a Felipe tan ridículo como lo veía yo, un montuno ignorante incapaz de nadar, porque le tenía miedo al agua. ¡Te lo juro, Florinda! Yo no lo empujé al charco como tú creíste. Él se cayó solito de las piedras, y quién sabe cómo se golpeó. ¿No te diste cuenta de que fui el primero en tirarme, cuando noté que no salía? Sentí allá abajo, cerca del fondo, su cuerpo desesperado buscando apoyo, y traté de sacarlo; pero se prensó de mis piernas halándome al abismo cenagoso, y tuve que empujarlo porque yo también me ahogaba. Todos se dieron cuenta de que yo hice un gran esfuerzo por salvarlo, menos tú; escuché tus gritos de espanto cuando logramos sacar el cuerpo frío y sin vida del agua, y vi tus ojos de acusación antes de que te desmayaras....
»Nunca me contestaste las cartas. Te encerraste en una soledad que nadie pudo llenar, y todos en el pueblo pensaron que te escondiste así por la muerte de tu padre y se olvidaron de aquel verano cuando nos volvimos viejos de repente.
»Y ahora estás muerta, Florinda, y sé que nunca pudiste perdonarme....
»Espero que alguno de mis nietos pueda llevarme al entierro de Florinda. Tengo que cumplir con ella aunque sea por última vez.»1
Así termina el cuento de la doctora Rosa María Britton, ginecóloga, oncóloga y prolífica escritora panameña, al que le puso por título «El primer amor». Se trata de un amor romántico que nunca llegó a ser correspondido, debido a que la mujer amada juzgó con severidad y condenó sin misericordia al hombre que ansiaba manifestárselo. Gracias a Dios, en lo tocante a su amor divino no tenemos que preocuparnos por que Él nos juzgue con severidad por nuestros errores y desatinos, ni mucho menos por nuestros pecados si se los confesamos. Porque Él no envió a su Hijo Jesucristo al mundo a condenarnos sino a salvarnos.2 Tanto es así que, en la hora misma de su muerte por nuestros pecados, Jesús le dijo al Padre que lo había enviado: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»3

1 Rosa María Britton, La muerte tiene dos caras, 3a. ed. (Panamá: Editora Sibauste, 2003), pp. 47‑60.
2 Jn 3:16-17; 8:1-11; 1Jn 1:9
3 Lc 23:34

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